jueves, 8 de octubre de 2015

El distópico futuro: Guy Montag

Farenheit 451 es la única novela de ciencia ficción – a decir de el mismo - escrita por Ray Bradbury. En ella el autor imagina en 1951, un futuro distópico ocurriendo un siglo después.
Una versión corta de esta historia apareció en Galaxy Science Fiction bajo el titulo The Fireman (El Bombero). Como novela es publicado en 1953. En el año 2004 se le otorga retrospectivamente el premio Hugo a la mejor novela de 1954.
Al leer esta novela en el 2015, los artilugios tecnológicos descritos por Bradbury no resultan especialmente asombrosos. Los lectores debemos tomar conciencia y hacer el esfuerzo por ubicarnos en 1951. Para un jugador de billar esto es equivalente a jugar carambola de tres bandas. Habla de “jet cars” que son conducidos a 190 mph, de pequeños audífonos inalámbricos “seashells”, de pantallas a dos, tres y hasta cuatro muros “parlor walls” como avances de la televisión comercial, de sustituciones masivas de sangre y suero para rejuvenecer al instante, de perros robots diseñados para perseguir, capturar y matar “delincuentes”. Imagina los cajeros automáticos, la universalidad y la uniformidad de los automóviles - escarabajos de Volkswagen.
Socialmente habla de la destrucción de las minorías, el aumento del tiempo libre, la subordinación de la ciencia, el arte y el deporte al entretenimiento. La tendencia al goce y al disfrute desplazando al existencialismo con un nihilismo pedestre. “¿Qué es lo que queremos en este país sobre todas las cosas? La gente quiere ser feliz… ¿No es cierto? ¿No lo has oído toda tu vida? “Yo quiero ser feliz”, dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No los mantenemos en movimiento, no les damos diversión? Eso es todo por lo que vivimos, ¿no es así? ¿Por el placer, por la excitación? Tienes que admitir que nuestra cultura provee montones de eso. Los libros ofenden a las minorías. ¡Quémalos! Serenidad, paz. ¿Los funerales son tristes y paganos? ¡Quítalos! ¡Incinéralos! Olvídalos, quémalos, quema todo. El fuego es brillante y el fuego es limpio.
Habla de una sociedad en la que sus individuos están adormecidos con información neutra, irrelevante o insulsa. Embrutecidos con entretenimiento vulgar, de bajo nivel. Amodorrados por el uso y abuso de drogas legales. Aquel que disfruta de la naturaleza, de caminar al aire libre, de platicar y reír entre amigos y familiares; desconectado de los artilugios tecnológicos, es considerado una “rara avis”. El que ha osado leer un libro se convierte en transgresor de la ley y aquel que los posee es, a menudo, incinerado junto con los libros encontrados.
¿Quién encuentra e incendia los libros? El departamento de bomberos. En un mundo en el que todo lo que se construye está protegido contra el fuego, los bomberos han dejado de tener la utilidad de antaño. Ahora la sociedad les ha dado la tarea de incendiar. Incendiar libros. ¿Cómo se ha llegado a esto? Beatty, el capitán de Bomberos nos lo explica:
“¿Qué puede ser más fácilmente explicado y natural? Con las escuelas reproduciendo cada vez más desertores, inconstantes, improvisados, oportunistas, ladrones, esquivadores, indolentes; en vez de críticos, enterados y creadores imaginativos, la palabra “intelectual”, por supuesto, llegó a ser la mala palabra que merecía ser.”
“Tú siempre temes a lo que no resulta familiar. Seguramente recuerdas al muchacho en tu salón de clases quien era excepcionalmente brillante, quien siempre participaba y respondía mientras que los otros permanecían sentados como ídolos de plomo, odiándolo. ¿Y no era a este brillante muchacho a quien escogías para golpizas y torturas después de clase? Por supuesto que así fue. Debemos ser iguales todos. No todos nacemos libres e iguales, como dice la Constitución, pero a todos los volvemos iguales. Cada ser humano la imagen de todos los demás; así todos felices, porque no hay montañas que los haga angustiarse, juzgarse a sí mismos. ¡Entonces! Un libro es una pistola cargada en la casa de al lado. Quémala. Quita la bala del arma. Destruye la mente del hombre. ¿Quién sabe quién puede ser el objetivo de un hombre enterado? ¿Yo? No los tragaré ni por un minuto. Así, cuando finalmente las casas fueron completamente construidas a prueba de fuego, en todo el mundo, no hubo necesidad de bomberos para los antiguos propósitos. Les dieron una nueva tarea, como custodios de nuestra tranquilidad; el centro de nuestro entendible y merecido temor a ser inferiores; censores oficiales, jueces y verdugos. Eso eres tú Montag, y eso soy yo.”
“Si no quieres a un hombre políticamente descontento, no le des dos lados de una cuestión para preocuparlo, dale sólo una. O mejor aún, no le des ninguna. Embárralos con información insulsa… Así sentirán que piensan, tendrán la sensación de movimiento, sin moverse. Estarán contentos porque los hechos de esa naturaleza no cambian. No les des nada resbaloso como filosofía o sociología para que puedan explicarse las cosas.”
Estremece leer que el mundo ha llegado a esto, no por las malévolas intenciones del gobierno, de algún dictador, de las transnacionales, del capitalismo o de los Sabios de Sión, sino por la aceptación alegre y entusiasta de la sociedad en su conjunto.
Guy Montag es bombero. De la clase de bomberos del Siglo XXI. Es “infectado” por las conversaciones sostenidas con Clarisse McClellan; una joven rebelde, por un encuentro con Farber; un antiguo profesor y se rebela. Su mujer Mildred lo delata y se desata una cacería mediática. La persecución es seguida por miles de millones de espectadores a través de pequeñas pantallas inalámbricas (¿les suena familiar?) y proyectada en millones de “parlor walls”, una suerte de pantallas tridimensionales. Exhausto y perseguido, hace contacto con los hombres-libro y se convierte en uno de ellos. Montag será “el libro del Eclesiastés” si algo grave le pasara a un tipo llamado Harris. El libro que ha memorizado, es su nueva identidad. Los libros se conservarán en el cerebro de los proscritos, esperando tiempos mejores y a que las incesantes guerras nucleares se detengan.
La lectura tiene muchas facetas e innumerables aristas. La pretendida ciencia ficción, que pudo asombrar en 1951, se desdibuja ante los rasgos prefigurados de una sociedad que se parece en muchos aspectos a la de nuestros tiempos. Por eso vale la pena leerlo detenidamente, sin prisas, con atención. Sin buscar una trama emocionante y efectista. No la hay.
Luego de leer este libro, será inevitable preguntarse: ¿Hacia eso nos dirigimos? ¿Quiénes somos ahora? ¿Los miembros de la sociedad adormecida? ¿O nos ha tocado la rebeldía de Guy Montag?

José Antonio Medina Romo
Zapopan, Jalisco, México

viernes, 26 de junio de 2015

Lugar de Piedras


 “Así descrito se antoja inexistente, un dislate, una alegoría. Sin embargo no es así. No fue así. Existió en este mundo, en ese tiempo, en aquel espacio.”

Entre la memoria y el olvido, la razón intuye lo que en realidad ha sido: viajar a una dimensión desconocida.

Debí haberme dado cuenta al percibir ese olor azufroso, insoportable al principio e indetectable enseguida. Han tenido que pasar casi cuatro décadas para percibir con meridiana nitidez, las hondas huellas que ha dejado ese hiato en el tiempo. Réplicas de la mitología, crónicas bíblicas, hazañas épicas ocurriendo en ese estado narcoléptico sin traumas, ni secuelas, ni adicciones. Ocurrió en un espacio brumoso, durante un período incierto, dentro de alguna vaporosa escena, en un relato mágico. De límites indefinidos; esa experiencia onírica de la que el alma despierta con la sensación de haber viajado sin equipaje y haber encontrado precaria plenitud.

Se asciende por esa angosta carretera, entre la bruma, donde se adivinan paredes de verde vegetación y lluvia pálida. El viaje se extiende desde eso que Thomas Mann ha descrito como “el país llano” hasta el “Berghoff”. No es Hans Castorp ni tampoco lo son sus motivos. No será un viaje de placer. Es, con esas diferencias salpicadas de paralelismos, una transición, una transformación que deja atrás la arrebolada inconsciencia de la juventud, a la inconsistencia de una edad más adulta.

La carretera se convierte en calles oscuras y éstas en sendero. El sendero se vuelve glorieta, la glorieta se vuelve en castillo chato donde habita Medusa. Esa, quien a su pesar y a su placer arropa nuevos inquilinos. Esa, cuyos otros nombres evocan al oficio mortuorio, imposta una enigmática sonrisa de bienvenida. Más allá, en el remolino febril, están los mortales. Hilando, felices y sin descanso, capullos de largos filamentos y telarañas de brillante textura, vigilados apaciblemente por los dioses y los semidioses del Olimpo. Entre ellos está ese personaje al que llamaremos Stammeln. Iracundo, limitado; implorando a los mortales permanecer ciegos a los encantos de su progenie. Porta en sus manos, el atado de rayos con los que pretende fulminar a aquellos que se apartan de sus designios. Los labios atoran las palabras que salen de la boca. A Stammeln, lo transforma la magia del lugar. No provoca temor, provoca esperanza en los mortales. La esperanza - casi cierta por la torpeza de Stammeln - de poder convertirse en dioses algún día.

Como en todo reino de fantasía, también existe un juglar. Este juglar tiene la sonrisa del gato. No de un gato cualquiera ni tampoco es una sonrisa vulgar. Él tiene la sonrisa que puede intuirse del gato de Cheshire, el del país de las Maravillas. El juglar, como el Gato de Cheshire, aparece y desaparece a voluntad, dejando sólo su sonrisa flotando y a esos espíritus del país llano a merced de la Reina de Corazones. Pero no importa. El juglar, el Gato de Cheshire, solo está para divertir a Stammeln.

Desde el remolino febril, arranca una vereda flanqueada por árboles enanos que conduce hasta el primer cielo. Después de un meandro de ralo asfalto, se vigila la entrada. Sólo los elegidos, los dioses o semidioses tienen la bienvenida franca.   Acá habitan los semidioses. En cada casa hay un jardín. En cada jardín, en su centro, un arbusto saturado de serpientes que, habitando entre las piedras, bajan por las noches anidándose en sus ramas. Cada casa es el paraíso perfecto. Las mujeres no son seducidas por las serpientes. Los semidioses no han sido seducidos por sus mujeres. El sudor de su frente ha sido redimido. El trabajo es un placer y las mujeres gozan el dolor de sus partos. La mayor tragedia ha ocurrido cuando un perro guardián ha preñado a la perra favorita de Mefistófeles, uno de los elegidos habitantes del primer cielo.

La métrica del tiempo y del espacio es diferente e irrelevante. Las horas tienen minutos dispares. Algunas tienen minutos más largos. Transcurren con mayor lentitud. Los días y las fechas en el calendario brincotean de atrás para adelante. Se reducen, se empequeñecen, se disuelven. Los espacios y las distancias no se transitan. Éstos son los que atraviesan la carne y los huesos de sus habitantes.

Hay otro cielo después del primero. Ese, de similar naturaleza, circunscribe a un mar verde, con lunares más verdes, en donde elegidos, dioses y semidioses se divierten golpeando con placer infantil, blancas y cacarizas pelotitas con motivo de conversaciones, misterios, oraciones, frases, recuerdos, infancia. El juego de la vida. El terreno en el que se asoman al mundo con ironía, con sarcasmo y a veces hasta con burla.

Enfocando un poco, tal vez se distinga a la pequeña caravana de pequeños hombres saliendo de sus pequeñas cabañas. No existe Blanca Nieves, por ello es mágico intuir a Sabiondo, a Gruñón, a Tontín y a Dormilón cantando, chocando los pies en el aire al brincar bailando hacia los túneles en donde se ven cubiertos de una blanca fibra; tan brillante, tan pura, que resulta difícil entender su procedencia.

De vez en cuando, de un monstruo alado, desciende un mago. Además del idioma regular, habla en un dialecto que pocos entienden. Insiste en probar sus leyes en la idiosincrasia de dioses y semidioses en ese pétreo Olimpo. El mago intenta exorcizar con sus hechizos y sus fórmulas mágicas los coletazos, las lenguas de fuego y el vuelo de los monstruos y dragones a los que los mortales, los dioses y semidioses se enfrentan con denuedo en alternativos episodios de calma y furia.

Ahí la gloria proviene de someter, de dominar a esos monstruos, a esas bestias de mil cabezas  cuyo destino es engullir la corteza de los árboles, impregnarla en la acidez de su saliva, de triturarla con las navajas en sus dientes, de digerirla en sus metálicos estómagos inundados de líquidos sulfurosos, hasta convertirla en dorado fluido viscoso.

Hay un lugar de aguas cristalinas. Todos estarán advertidos desde su primer advenimiento. Ese será el único mandamiento. “No beberás agua de este manantial, sin atenerte a las consecuencias”. Se extiende desde la desvanecida guirnalda pétrea hasta los límites del país llano. Sus aguas son azules, tranquilas, transparentes. Cubren las piedras cuando las piedras han de ser cubiertas. Es el lugar a cuyas riberas se dan cita las vestales, las valquirias, las sacerdotisas; en blancos atuendos para recibir a los druidas, a los vikingos, a los guerreros águila, a los guerreros tigre. Ellas son hermosas, virtuosas, de cualidades sin fin. Ellos van con la ilusión de elegir y regresan con la certeza de haberlo hecho. Felizmente no se han dado cuenta de que han sido atraídos para ser elegidos.

Regresar en estas líneas a ese tiempo, a ese espacio, es reivindicarlo como una poesía en donde la rima es el lugar. Es una pintura de oleos encendidos cuyo tema es la placidez. Es una obra literaria en donde los sintagmas y las metonimias son los personajes y los paisajes. Es una novela sin protagonistas, sin historia, sin trama, sin fantasma. Así descrito se antoja inexistente, un dislate, una alegoría. Sin embargo no es así. No fue así. Existió en este mundo, en ese tiempo, en aquel espacio.

Sus habitantes y sus paisajes no son homogéneos. Hay diferencias en carácter, en habilidades, en texturas, en cualidades. Los defectos se atenúan y las diferencias se desenfocan bajo el velo sutil de la armonía. Encuentran su lugar en ese espacio amplio donde todo tiene una razón de ser y donde todo parece ser necesario.  Existe el que canta, la pared que divide, la fuente que refresca, la voz que inspira y el amor que arrebata.

Tal vez - aventuro esta inútil hipótesis - la razón, la causa de esta insólita magia, es que al conjunto de sus habitantes lo compone una nutrida proporción de aprendices de brujo. Poseen los secretos de la materia, de la energía y de la relación entre ellos. Aspiran matemáticas y exhalan soluciones. Pergeñan estrategias, revisan rutas y caminos por los que hay que transitar en ese pequeño universo abundante en piedras y manantiales. Intuitivamente han construido un alambique mágico en el que destilan los aromas y las esencias, separando éstas y aquellas, del distópico y pestilente fango, encajándolo, enterrándolo más allá del país llano. En el fango se revuelven las envidias y las soberbias. Las lujurias y las iras. Las avaricias y las gulas. Así, en plural. Porque son iguales por su naturaleza pero distintas por su procedencia.

En su tejido, en los pliegues de este espacio hay incrustados mitos y leyendas. Como la de Himmelsstrich, aquel dios mayor cuya memoria era tan portentosa que atravesaba las barreras cronológicas. Cada vez, al regresar al Olimpo pétreo, llamaba por su nombre a todos, aún a los que jamás había visto.  Cada piedra, cada grieta, cada pared tenía su nombre. Himmelsstrich los conocía todos. En su cerebro se acomodaba el mapa del Universo.

Existió también Gottenklein, aquel que rehusó ser elegido y se empeñó en convertirse en elector. Soñó vívidamente que lo conseguía y despertó el enojo en un sueño de Stammeln. En el sueño de Stammeln, Lärmend, pariente lejano de Gottenklein, habría raptado y deshonrado a Sabina, la prometida de Hermes Ingenui, hijo de Stammeln. Al despertar, Stammeln coronó a Gottenklein con ramas de olivo, casó a Sabina con Hermes y desterró a Lärmend al país llano. Para Stammeln sólo ha sido un mal sueño. Para el Olimpo, Lärmend volvió en leyenda.

Lugar de piedras. Rugosidades que sobresalen con natural ocurrencia en este espacio. No son como las de Stonehenge, ni como las que se apilan en Chichén, o las percibidas en Giza; construidas por los mortales para sus dioses. Estas piedras, las de este lugar, han sido engendradas por Curicaveri, el dios fuego. Paridas y amamantadas por Cuerahuáperi, la diosa luna. Los dioses purépechas las han concebido para sus hijos los mortales. Aquel que se ha quedado, o aquel que se ha ido, habiendo estado ahí, tendrá girones de su alma atorados en esas piedras.

En el Universo, en el Cosmos, en donde todo es energía, es espacio y es tiempo; la realidad es intangible. Es un constructo mental incrustado, originado, impuesto; por los principios de la antropía. En suma: la realidad es percepción. Si entonces no fue así, y ahora lo percibimos diferente, entonces, el inamovible pasado ha cambiado.

José Antonio Medina Romo
Zapopan, Jalisco, México

jueves, 14 de mayo de 2015

Cómo dibujar una novela, de Martín Solares

O cómo explicar la fascinación por una obra literaria
Martín Solares, Ediciones ERA, 2014

Las primeras preguntas planteadas: ¿Es ésta una lectura, un ejercicio, dirigido a escritores o a lectores? ¿Para cualquier escritor? ¿Para cualquier tipo de lector?

Como toda buena obra, literariamente hablando, a cada lector sea escritor o no, su lectura le dejará sensaciones, sentimientos y emociones. Ésas y ésos que siempre se entretejen en un buen texto. Esta obra es mejor comprendida y valorada si, además, se conoce al autor. No es, precisamente, que lo conozca. No puedo presumir de considerarme su amigo, sino sólo de haber tenido la fortuna de asistir a uno de sus talleres y de haber compartido con él, una taza de café en ese abigarrado estanquillo de la esquina. Ahí lo conocí. Lo conozco un poco más a través de su, por ahora, única novela y por este extraordinario libro: “Como dibujar una Novela”.

Es éste un libro generoso, como generoso es Martín Solares al compartir con sus lectores, las razones ocultas y expuestas, más allá de los sintagmas y las metonimias, de por qué una obra nos dejó fascinados.

Cita, ejemplifica, expone a innumerables autores, a multiplicidad de obras, a diversos críticos literarios y a ensayistas. Martín redondea a ésos y aquellos, dándole sentido, poniendo en el centro de la escena, el disfrute de una buena lectura. Tal vez ésta no era originalmente la intención del autor. Más aún; aventuro la hipótesis de un efecto colateral: leer esta obra haría lectores diferentes. No mejores ni peores. Más enterados eso sí, aunque ruego que no sea al extremo de convertirlos en pedantes estirados, de ésos que nos contemplan desde arriba, a los lectores menores.

Sobra decir que atrás de Martín y su obra, se extiende una amplia cauda de conocimientos, experiencias y talentos, de los cuales me siento incompetente al tratar de describirlos, sin embargo debo decir que no cualquiera puede reducir, con esa brillantez, a Mijail Bajtín, a Roland Barthes y a Umberto Eco a epígrafes y a notas a pie de página. Un crítico[1] lo ha tildado de “superficial”, ha dicho que sólo “sobrevuela en sueños sin tocar tierra”. La primera aseveración es falsa, la segunda es un poético, pleonástico y no intencionado elogio. ¿Quién no sueña? ¿Quién no se despega de la tierra al leer un buen ensayo? ¿Habrá alguien o algo que – soñando o sin soñar - sobrevuele tocando la tierra?

Existe una innegable relación entre esta obra y los talleres que imparte Martín Solares. Sin embargo la obra no sólo es el contenido de los talleres, ni los talleres son sólo la obra. Podríamos confundirnos al concluir que esta obra es el taller y que, al leerla obtendríamos un ungüento, “una suerte de remedio para las enfermedades profesionales del narrador” citando a ese mismo crítico. Es una receta equivocada. El autor, su obra y sus talleres estarían siendo descontextualizados.

Los talleres de Martín son caóticos, en la acepción matemática del término, si todos fueran como el que yo asistí. Dinámicas aparentemente erráticas e impredecibles aunque en principio su formulación sea determinista. Una buena parte es asignable a los participantes – escritores bisoños con hambre de ser leídos o publicados – otra más es añadida por la ineficiencia proverbial de las instancias gubernamentales encargadas de la organización y, finalmente, una buena cuota proviene de la generosidad de Martín, quien a todos quiere escuchar y aconsejar.

He leído otras obras, con temas relacionados. Se puede decir que el trasfondo de este libro no es del todo original. ¿Qué hay intrínsecamente original en estos tiempos después de decenas de milenios de lenguaje hablado, más de 4,000 años de escritura y 500 años de la invención de la imprenta? La obra de Martín Solares me recuerda las apostillas al final de “El nombre de la rosa”, en donde Umberto Eco hace una suerte de “making-of” sobre la escritura de esta novela. También me recuerda el ejercicio hecho por Roland Barthes en sus conferencias de los años 1978-1980, en el Colegio de Francia y cuyas memorias se recogen en la obra: “La preparación de la novela”.

El título le hace un flaco favor a la obra: “Como dibujar una novela”. Me llevó a pensar en una especie de manual técnico en donde la simbología, las formas, las filigranas, encontrarían espacio para describir lo indescriptible. ¡En dos dimensiones! Una empresa digna de físicos teóricos y matemáticos puros, tratando de plasmar en una hoja de papel la “Teoría del Todo”, en donde se vería, nítidamente además, las once dimensiones del “multiverso”. No, afortunadamente no es eso, es otra cosa.

Diagrama de Feynman
Una de las genialidades de Richard Phillip Feynman, reputado físico teórico, ganador del premio Nobel de Física en 1965, ha sido el haber desarrollado los famosos “diagramas de Feynman” como una forma de comprender las interacciones entre las partículas subatómicas. Esta “ocurrencia” de Feynman es equiparable a la de Martín Solares, toda proporción guardada entre los temas y su complejidad, porque ambas ayudan a desatar la imaginación, a destapar la comprensión de fenómenos complejos. Los garabatos de Martín Solares son a la comprensión de una novela, como los diagramas de Feynman a la comprensión del mundo subatómico.
¿Quien mató a Palomino Molero?

El libro está escrito con emoción. La misma emoción que contagia Martín Solares en sus talleres. Concuerdo plenamente con el texto en la segunda de forros del ejemplar que poseo: “Y su emoción emociona. Dan ganas de ir a leer libros que no conocemos.” Por lo tanto provoca insatisfacción. En este punto, no puedo resistir la tentación de citar a Oscar Wilde, como lo ha hecho ya Christopher Domínguez, cuando dice que “el tabaco es el placer perfecto porque siendo exquisito nos deja insatisfechos” En este caso me parece que el cigarrillo de Martín Solares, no será el único que se encienda. Al leerlo, entrañarlo, el libro dejará plena y placenteramente insatisfechos a muchos buenos lectores.

El capítulo "Viaje alrededor de un relato" en donde se cuenta el resultado de las sesiones para comparar diversos textos y la versión definitiva de "Pedro Páramo", la novela de Juan Rulfo, merece discusión aparte. 

José Antonio Medina Romo
Zapopan, Jalisco, México



[1] El dibujo de Martín Solares, Christopher Domínguez, Reforma 10/05/2015

jueves, 8 de enero de 2015

La Insoportable Levedad del Ser: Kundera Reflejado



Una novela con insinuaciones metafísicas. Intensa de principio a fin. No apta para lectores buscando una rápida recompensa. Nutricionalmente hablando: no contiene azúcar, tiene cierto contenido proteínico, no tiene saborizantes artificiales, es difícil de digerir, posee propiedades astringentes, y está fuertemente condimentada. Si tuviera que envolverse o empacarse tendría que incluirse la leyenda: “…este producto es universal, queda estrictamente prohibido usarlo para fines políticos, filosóficos u otros distintos a los establecidos en la novela.”, por aquello de la carga ideológica derivada de los acontecimientos en la primavera de Praga, en 1968.
Praga 1968, en primavera.
Tomás: perniciosamente mujeriego, infiel por necesidad, amorosa e irremediablemente ligado a Teresa por seis misteriosas y surrealistas casualidades.
Teresa: escuchando los sonidos crepitantes de sus entrañas, llevando a cuestas la imagen de la madre odiada y comprendida a la vez, documentando con sus fotografías la tragedia checa provocada por la invasión rusa.
Sabina: el sombrero hongo sumergido en el río de Heráclito, cambiando su significado hasta aterrizarlo en los terrenos de lo escatológico. Evaporándose y condensándose en los alambiques de la traición. Sabina, la sensual pintora, adornándose con el negro sombrero hongo, asistiendo semidesnuda a la cita con Tomás y con el espejo. La amante perfecta. Amiga ocasional de la traicionada Teresa que baila el ritmo de su marido y sus amantes.
Los tres personajes se azotan contra la realidad aumentada de la primavera de Praga. La emoción por una mejor forma de vida se enciende y se apaga en solo unos meses, dejándolos en una orfandad ficticia carente de sustento. No hay nada que añorar del pasado, ni que esperar del futuro. El pasado es igual que el presente y será lo mismo que el futuro.
Kundera arrastra a sus personajes a su coyuntural visión del universo. Los dobla – metafóricamente hablando - hasta hacerlos tocar el suelo con la nariz, para recibir el nauseabundo olor de sus propios excrementos. Lo intenta con el lector también. Eso - en mi opinión - es lo fenomenal de Kundera. Casi te convence cuando habla de la teología de la mierda y de los perros con alma.
Decir que la novela se centra en los amores atormentados de sus protagonistas es hacerle un flaco favor a Milan. Alejándose un poco, tomando distancia de los protagonistas, desconectándose – como si esto fuera posible – de los sentimientos que los embargan, podemos claramente enfocar el desencanto de Kundera – coyuntural tal vez - por la vida. Ese desencanto es el protagonista soterrado de la novela. Las vidas de los protagonistas y ellos mismos, son el escenario y la tramoya para transportar ese mensaje. El mensaje no va dirigido al lector. Kundera se lo dirige a sí mismo. – “¿Acaso no es cierto que el autor no puede hablar más que de sí mismo?” – se pregunta Kundera. Es un mensaje oculto transformado, encriptado, codificado, confinado en una botella de cristal. Es lo más parecido a una justificación. ¿Cómo no estar desencantado, si la levedad, si la fragilidad, si la infelicidad ha estado y está en cada rincón de Praga?
Son las oscuras aguas del rio en donde flotan los bancos vistos por Teresa desde el puente. Es Sabina, Tomás y Teresa, tratando de no ahogarse dentro del viscoso ambiente kitsch descrito por Kundera y que, por supuesto, hace insoportable la levedad de ser. No se puede ser ligero, leve, fuera del río espeso de un mundo kitsch. Y si se pudiera, naturalmente sería insoportable.
Kundera hace de un vulgar triángulo amoroso formado por un mujeriego patológico, una camarera resucitada en fotógrafa y una pintora narcisista, todo un tratado de las relaciones amorosas en situaciones extremas. Las perversiones son salpicadas aquí y allá para darle un sabor oscuro y pecaminoso. Insinúa para-filias, provoca falsos dilemas, reta al lector a hundir sus emociones y razonamientos en el terreno fangoso de lo aparentemente incorrecto.
Al mismo tiempo, Kundera el escritor, el exiliado, intenta redimirse en Tomás. Lo usa para expresar sus propios sentimientos de culpa. Kundera al escribir esta novela, junto con Tomás al condenarse al ostracismo profesional, se saca los ojos como Edipo. La ignorancia de los hechos no justifica las transgresiones al mundo kitsch. El incesto y el parricidio son las razones en Edipo. El exilio es la razón de Kundera. Por el contrario, Tomás se saca los ojos, se auto inmola optando por el ostracismo, redimiendo de esa manera, el exilio de Kundera y el silencio de los checos.
Con la narrativa, el ritmo, los tiempos, complicados a veces, confusos en momentos, se cierran, se amarran, se complementan y se completan. Inopinadamente, germinan y florecen en el momento justo y con el ritmo adecuado. Es, sin duda, una de las mejores novelas que he leído.
Basándose en esta novela, se produjo la película homónima. Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin, soberbios actores. Muy bien lograda, para mi gusto, tomando en cuenta las conocidas limitaciones del cine, en términos de extensión y profundidad. Las imágenes de Praga y las actuaciones de los protagonistas suplen espléndidamente estas limitaciones.
Es curioso notar que la película y la novela se complementan en términos de su comprensión, por lo menos para un lector/espectador como yo. En la película se percibe mucho más nítidamente, la forma – tan diferente - como experimentan la infidelidad los hombres como Tomás y las mujeres como Teresa.
No debo terminar este examen, sin antes invitarle a usted, querido lector(a), a que lea esta espléndida novela. O a usted quien la ha leído ya, a que la vuelva a leer. Esta es una de esas obras que, leyéndola repetidamente, se encuentran los diferentes ángulos que, como espejos móviles, reflejan luces diferentes.
Una leyenda precautoria final: no la lea si no quiere que le hagan pensar, y tampoco lo haga si es una persona que, tal vez sin darse cuenta, está sumergida en el espeso mundo kitsch.

José Antonio Medina Romo
Zapopan, Jalisco

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