Una
novela con insinuaciones metafísicas. Intensa de principio a fin. No apta para
lectores buscando una rápida recompensa. Nutricionalmente hablando: no contiene
azúcar, tiene cierto contenido proteínico, no tiene saborizantes artificiales,
es difícil de digerir, posee propiedades astringentes, y está fuertemente
condimentada. Si tuviera que envolverse o empacarse tendría que incluirse la
leyenda: “…este producto es universal, queda
estrictamente prohibido usarlo para fines políticos, filosóficos u otros
distintos a los establecidos en la novela.”, por aquello de la carga ideológica
derivada de los acontecimientos en la primavera de Praga, en 1968.
Praga
1968, en primavera.
Tomás:
perniciosamente mujeriego, infiel por necesidad, amorosa e irremediablemente
ligado a Teresa por seis misteriosas y surrealistas casualidades.
Teresa:
escuchando los sonidos crepitantes de sus entrañas, llevando a cuestas la
imagen de la madre odiada y comprendida a la vez, documentando con sus
fotografías la tragedia checa provocada por la invasión rusa.
Sabina:
el sombrero hongo sumergido en el río de Heráclito, cambiando su significado
hasta aterrizarlo en los terrenos de lo escatológico. Evaporándose y
condensándose en los alambiques de la traición. Sabina, la sensual pintora, adornándose
con el negro sombrero hongo, asistiendo semidesnuda a la cita con Tomás y con el
espejo. La amante perfecta. Amiga ocasional de la traicionada Teresa que baila
el ritmo de su marido y sus amantes.
Los
tres personajes se azotan contra la realidad aumentada de la primavera de
Praga. La emoción por una mejor forma de vida se enciende y se apaga en solo
unos meses, dejándolos en una orfandad ficticia carente de sustento. No hay
nada que añorar del pasado, ni que esperar del futuro. El pasado es igual que
el presente y será lo mismo que el futuro.
Kundera
arrastra a sus personajes a su coyuntural visión del universo. Los dobla –
metafóricamente hablando - hasta hacerlos tocar el suelo con la nariz, para
recibir el nauseabundo olor de sus propios excrementos. Lo intenta con el
lector también. Eso - en mi opinión - es lo fenomenal de Kundera. Casi te
convence cuando habla de la teología de la mierda y de los perros con alma.
Decir
que la novela se centra en los amores atormentados de sus protagonistas es
hacerle un flaco favor a Milan. Alejándose un poco, tomando distancia de los
protagonistas, desconectándose – como si esto fuera posible – de los
sentimientos que los embargan, podemos claramente enfocar el desencanto de
Kundera – coyuntural tal vez - por la vida. Ese desencanto es el protagonista soterrado
de la novela. Las vidas de los protagonistas y ellos mismos, son el escenario y
la tramoya para transportar ese mensaje. El mensaje no va dirigido al lector.
Kundera se lo dirige a sí mismo. – “¿Acaso
no es cierto que el autor no puede hablar más que de sí mismo?” – se
pregunta Kundera. Es un mensaje oculto transformado, encriptado, codificado,
confinado en una botella de cristal. Es lo más parecido a una justificación.
¿Cómo no estar desencantado, si la levedad, si la fragilidad, si la infelicidad
ha estado y está en cada rincón de Praga?
Son
las oscuras aguas del rio en donde flotan los bancos vistos por Teresa desde el
puente. Es Sabina, Tomás y Teresa, tratando de no ahogarse dentro del viscoso
ambiente kitsch descrito por Kundera y que, por supuesto, hace insoportable la
levedad de ser. No se puede ser ligero, leve, fuera del río espeso de un mundo
kitsch. Y si se pudiera, naturalmente sería insoportable.
Kundera
hace de un vulgar triángulo amoroso formado por un mujeriego patológico, una
camarera resucitada en fotógrafa y una pintora narcisista, todo un tratado de
las relaciones amorosas en situaciones extremas. Las perversiones son
salpicadas aquí y allá para darle un sabor oscuro y pecaminoso. Insinúa para-filias,
provoca falsos dilemas, reta al lector a hundir sus emociones y razonamientos
en el terreno fangoso de lo aparentemente incorrecto.
Al
mismo tiempo, Kundera el escritor, el exiliado, intenta redimirse en Tomás. Lo
usa para expresar sus propios sentimientos de culpa. Kundera al escribir esta
novela, junto con Tomás al condenarse al ostracismo profesional, se saca los
ojos como Edipo. La ignorancia de los hechos no justifica las transgresiones al
mundo kitsch. El incesto y el parricidio son las razones en Edipo. El exilio es
la razón de Kundera. Por el contrario, Tomás se saca los ojos, se auto inmola optando por el ostracismo, redimiendo de esa manera, el exilio de Kundera y el
silencio de los checos.
Con
la narrativa, el ritmo, los tiempos, complicados a veces, confusos en momentos,
se cierran, se amarran, se complementan y se completan. Inopinadamente, germinan
y florecen en el momento justo y con el ritmo adecuado. Es, sin duda, una de
las mejores novelas que he leído.
Basándose
en esta novela, se produjo la película homónima. Daniel Day-Lewis, Juliette
Binoche y Lena Olin, soberbios actores. Muy bien lograda, para mi gusto, tomando
en cuenta las conocidas limitaciones del cine, en términos de extensión y
profundidad. Las imágenes de Praga y las actuaciones de los protagonistas
suplen espléndidamente estas limitaciones.
Es
curioso notar que la película y la novela se complementan en términos de su
comprensión, por lo menos para un lector/espectador como yo. En la película se
percibe mucho más nítidamente, la forma – tan diferente - como experimentan la
infidelidad los hombres como Tomás y las mujeres como Teresa.
No
debo terminar este examen, sin antes invitarle a usted, querido lector(a), a
que lea esta espléndida novela. O a usted quien la ha leído ya, a que la vuelva
a leer. Esta es una de esas obras que, leyéndola repetidamente, se encuentran
los diferentes ángulos que, como espejos móviles, reflejan luces diferentes.
Una
leyenda precautoria final: no la lea si no quiere que le hagan pensar, y
tampoco lo haga si es una persona que, tal vez sin darse cuenta, está sumergida
en el espeso mundo kitsch.
José
Antonio Medina Romo
Zapopan, Jalisco
Zapopan, Jalisco