En el real
de nuestra señora de las Charcas jurisdicción de Sierra de Pinos, a finales del
siglo XVII, en el año de 1683, Juana de Acosta, una moza mestiza de 15 años, en
quien por sus pocos años no podía caber malicia, se convirtió en el centro de
maledicencias, envidias, rencores y calumnias. Le arrebataron el honor y la
virginidad bajo palabra de casamiento, y su nombre durante días y meses, se
repitió en testimonios que salieron de bocas ligeras juzgando más allá de sus
pecados. El final, no fue como en un episodio bíblico, aunque intervinieron
curas, predicadores, notarios, arcedianos y obispos. La verdad simple y desnuda
se enredó en el oscuro cabello de la hermosa mestiza.
La historia
empieza en abril de ese año, cuando Juan de Saravia natural de Charcas,
declarándose hijo de la iglesia, solicita se le permita casarse con Juana de
Acosta, natural de las minas de Sombrerete e hija legítima de Manuel de Acosta
y de Pascuala de los Reyes. Al testificar Juan dijo no saber a ciencia cierta
quienes eran sus padres y cuando le preguntaron si tenía o no parentesco con la
dicha Juana de Acosta dijo “que a diferentes
personas había oído decir que un hermano de este declarante había tenido
comunicación ilícita con la dicha Juana de Acosta y que para enterarse de esto
para saber si es verdad o no, se lo preguntó a la tal persona que dicen es su
hermano y le dijo que si era verdad que había tenido comunicación ilícita con
la dicha Juana de Acosta y que preguntándoselo este declarante a la dicha Juana
de Acosta si era verdad que había tenido comunicación con el tal hombre, a
quien tiene por su hermano el declarante, le dijo la dicha Juana de Acosta que
era mentira y que tal comunicación ilícita no había tenido y ésta dijo ser la
verdad de lo que sabe so cargo del juramento que tiene.”
Antonio de
Ospinal, testigo de Juan de Saravia declaró que había oído decir que la
susodicha Juana de Acosta había tenido comunicación ilícita con Nicolás Pérez,
español que era conocido por hermano del dicho Juan de Saravia. Otro de nombre
Thomas Martínez, español vecino de este real, declara que le ha oído decir al
dicho Nicolás Pérez que es hermano de Juan Saravia y que le ha advertido que no
trate de casarse con la dicha Juana de Acosta porque ha tenido él, comunicación
ilícita con la susodicha. Esto, de ser cierto, era un impedimento para la boda
porque al haber tenido cópula ilícita con su hermano, se convertía en su
hermana.
El notario
le comunica al cura don Christóbal de Perea esta situación para que la vea y
juzgue. El cura suspende el trámite de matrimonio y le instruye al notario
tomar testimonio a Nicolás Pérez. Otros testimonios más detallados, serán
necesarios. Tinta corrió y mucha, en los meses siguientes, plasmando en los
folios los repetidos testimonios que se sucedieron uno tras otro, sin que
hubiera asunto diverso que interfiriera en los morbosos autos y declaraciones.
Poco a poco, entre palabras y frases repetidas, verbos conjugados y adjetivos
deslizados con intenciones diversas, la verdad fue emergiendo, avanzando entre
veleidades, envidias, prejuicios y falsos recatos.
Nicolás
Pérez depuso su testimonio en los días finales del mes de abril, ante don
Balthasar Delgado notario público del real, bajo juramento ante Dios y la señal
de la cruz, en forma de derecho so cargo del cual prometió decir verdad en lo
que supiere y fuere preguntado y así dijo que conoce a Juana de Acosta de poco
más o menos un año, y que es verdad que tuvo comunicación ilícita y actos
torpes con la dicha Juana de Acosta solo una vez en un lugar que llaman La
Zanja que está frente a la casa donde vive la dicha Juana de Acosta y que
también conoce a Juan de Saravia de vista, trato y comunicación y que hacía
como cuatro años que llegó a conocimiento del declarante que dicho Juan de
Saravia era su hermano, y así mismo dijo este declarante que le preguntó al
dicho Juan de Saravia si acaso tenía comunicación ilícita con la dicha Juana de
Acosta porque este declarante pretendía la amistad de la dicha Juana de Acosta,
le respondió el dicho Juan de Saravia que no iba a la casa de la dicha por mal
y que bien podía solicitarla si quería, por cuya razón la solicitó y consiguió
su gusto este declarante y que así mismo le preguntó a la dicha Juana de Acosta
si tenía comunicación ilícita con el dicho Juan de Saravia y le respondió la
dicha Juana de Acosta que no tenía comunicación ni la había tenido con el dicho
Juan de Saravia y así mismo dijo este declarante que viendo que el dicho Juan
de Saravia continuaba el ir a la casa de la susodicha le requirió y amonestó
por muchas veces, que mirara que este declarante había tenido la amistad
ilícita con la susodicha y que de no retirarse y apartarse de ella daría cuenta
al señor cura ministro de doctrina, a cuya razón, respondió el dicho Juan de
Saravia a este declarante que si era bestia para hacer tal cosa, y esta dijo
ser la verdad so cargo de juramento...
El mismo día
en que lo hizo Nicolás Pérez, el “infra escripto” notario hizo comparecer ante
él, a Juana de Acosta. Bajo juramento ella confesó conocer a Juan de Saravia de
trato, vista y comunicación ilícita con palabra que le dio de casamiento,
debajo de la cual violó su virginidad, por cuya causa le ha guardado fidelidad
para que el dicho Juan de Saravia le cumpla
la palabra que le dio de casamiento, y así mismo dijo esta declarante que no
conoce a Nicolás Pérez, ni sabe quién es. Al volver a preguntar si lo conocía
de vista dijo que no, que no lo conocía, ni conoce y esta dijo ser la verdad de
lo que sabe so cargo del juramento que tiene...
Cuando a
Juan de Saravia, el notario Delgado le volvió a tomar declaración, éste
ratificó lo dicho por Juana de Acosta diciendo que la conocía de vista, trato y
comunicación y a la cual violó su virginidad con palabra que le dio de
casamiento y que está dispuesto a cumplírsela...
Al día
siguiente el notario Delgado remite los autos en seis fojas al señor vicario y
juez eclesiástico para que “su merced” determine lo que convenga.
Pues ande
usted señor lector/a, que el vicario y juez eclesiástico mandó despachar los
originales de los autos al mismísimo señor licenciado don Balthasar de la Peña
y Medina, arcediano de la iglesia catedral de la ciudad de Guadalaxara,
comisario del Santo Oficio de la Inquisición y de la Santa Cruzada, juez
provisor oficial y vicario general del obispado del nuevo reino de Galicia,
para que con su vista provea lo que convenga. Don Marcos Ruiz, notario nombrado,
certifica que va en siete fojas numeradas y escritas en todo y en parte y qué
de ello da fe.
“Con el aprecio y estimación, que sus muchas
prendas de vuestra merced merecen, escribo esta carta ofreciéndome a su
servicio solicitando su salud de vuestra merced y ofreciendo la mía, pronta
siempre a sus órdenes y muy rendida a sus preceptos...” Así iniciaba la misiva
que meses antes de los testimonios, el padre predicador del convento de Charcas,
Joseph de Castro le dirigía al señor cura beneficiado, vicario y juez
eclesiástico don Christóbal de Perea y que le entregó en propia mano Juan de
Saravia. En esa misiva el padre predicador le recomendaba al cura, a los dos pobres mozos
que pretendían casarse y le prevenía de la posible iniquidad del hermano del
pretendiente, quien por oscuras razones quería estorbarles el casamiento.
Explicaba el padre predicador que si la pretensa Juana había copulado con ese
su hermano, existía el impedimento primero de consanguindad. Juana, desflorada
por su pretendiente o por el presunto hermano de este, no podía casarse con él.
Sería un monstruoso incesto de acuerdo a los cánones de nuestra santa madre
iglesia. Juana en abril de 1683, no podía saber que lo que ahora empezaba,
sería la menor de sus desdichas.