Farenheit 451 es la única novela de ciencia ficción – a decir de el
mismo - escrita por Ray Bradbury. En ella el autor imagina en 1951, un futuro
distópico ocurriendo un siglo después.
Una versión corta de esta historia apareció en Galaxy Science Fiction bajo el titulo The Fireman (El Bombero). Como novela es publicado en 1953. En el
año 2004 se le otorga retrospectivamente el premio Hugo a la mejor novela de
1954.
Al leer esta novela en el 2015, los artilugios tecnológicos descritos
por Bradbury no resultan especialmente asombrosos. Los lectores debemos tomar
conciencia y hacer el esfuerzo por ubicarnos en 1951. Para un jugador de billar
esto es equivalente a jugar carambola de tres bandas. Habla de “jet cars” que
son conducidos a 190 mph, de pequeños audífonos inalámbricos “seashells”, de pantallas a dos, tres y
hasta cuatro muros “parlor walls”
como avances de la televisión comercial, de sustituciones masivas de sangre y
suero para rejuvenecer al instante, de perros robots diseñados para perseguir, capturar
y matar “delincuentes”. Imagina los cajeros automáticos, la universalidad y la
uniformidad de los automóviles - escarabajos de Volkswagen.
Socialmente habla de la destrucción de las minorías, el aumento del
tiempo libre, la subordinación de la ciencia, el arte y el deporte al
entretenimiento. La tendencia al goce y al disfrute desplazando al
existencialismo con un nihilismo pedestre. “¿Qué
es lo que queremos en este país sobre todas las cosas? La gente quiere ser
feliz… ¿No es cierto? ¿No lo has oído toda tu vida? “Yo quiero ser feliz”, dice
la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No los mantenemos en movimiento, no les damos
diversión? Eso es todo por lo que vivimos, ¿no es así? ¿Por el placer, por la
excitación? Tienes que admitir que nuestra cultura provee montones de eso. Los
libros ofenden a las minorías. ¡Quémalos! Serenidad, paz. ¿Los funerales son
tristes y paganos? ¡Quítalos! ¡Incinéralos! Olvídalos, quémalos, quema todo. El
fuego es brillante y el fuego es limpio.”
Habla de una sociedad en la que sus individuos están adormecidos con
información neutra, irrelevante o insulsa. Embrutecidos con entretenimiento
vulgar, de bajo nivel. Amodorrados por el uso y abuso de drogas legales. Aquel
que disfruta de la naturaleza, de caminar al aire libre, de platicar y reír
entre amigos y familiares; desconectado de los artilugios tecnológicos, es
considerado una “rara avis”. El que
ha osado leer un libro se convierte en transgresor de la ley y aquel que los
posee es, a menudo, incinerado junto con los libros encontrados.
¿Quién encuentra e incendia los libros? El departamento de bomberos. En
un mundo en el que todo lo que se construye está protegido contra el fuego, los
bomberos han dejado de tener la utilidad de antaño. Ahora la sociedad les ha
dado la tarea de incendiar. Incendiar libros. ¿Cómo se ha llegado a esto? Beatty,
el capitán de Bomberos nos lo explica:
“¿Qué puede ser más fácilmente explicado y natural? Con las escuelas reproduciendo
cada vez más desertores, inconstantes, improvisados, oportunistas, ladrones,
esquivadores, indolentes; en vez de críticos, enterados y creadores
imaginativos, la palabra “intelectual”, por supuesto, llegó a ser la mala
palabra que merecía ser.”
“Tú siempre temes a lo que no resulta familiar. Seguramente recuerdas
al muchacho en tu salón de clases quien era excepcionalmente brillante, quien
siempre participaba y respondía mientras que los otros permanecían sentados
como ídolos de plomo, odiándolo. ¿Y no era a este brillante muchacho a quien
escogías para golpizas y torturas después de clase? Por supuesto que así fue.
Debemos ser iguales todos. No todos nacemos libres e iguales, como dice la
Constitución, pero a todos los volvemos iguales. Cada ser humano la imagen de
todos los demás; así todos felices, porque no hay montañas que los haga
angustiarse, juzgarse a sí mismos. ¡Entonces! Un libro es una pistola cargada
en la casa de al lado. Quémala. Quita la bala del arma. Destruye la mente del hombre.
¿Quién sabe quién puede ser el objetivo de un hombre enterado? ¿Yo? No los
tragaré ni por un minuto. Así, cuando finalmente las casas fueron completamente
construidas a prueba de fuego, en todo el mundo, no hubo necesidad de bomberos
para los antiguos propósitos. Les dieron una nueva tarea, como custodios de
nuestra tranquilidad; el centro de nuestro entendible y merecido temor a ser
inferiores; censores oficiales, jueces y verdugos. Eso eres tú Montag, y eso
soy yo.”
“Si no quieres a un hombre políticamente descontento, no le des dos
lados de una cuestión para preocuparlo, dale sólo una. O mejor aún, no le des
ninguna. Embárralos con información insulsa… Así sentirán que piensan, tendrán la
sensación de movimiento, sin moverse. Estarán contentos porque los hechos de
esa naturaleza no cambian. No les des nada resbaloso como filosofía o
sociología para que puedan explicarse las cosas.”
Estremece leer que el mundo ha llegado a esto, no por las malévolas
intenciones del gobierno, de algún dictador, de las transnacionales, del
capitalismo o de los Sabios de Sión, sino por la aceptación alegre y entusiasta
de la sociedad en su conjunto.
Guy Montag es bombero. De la clase de bomberos del Siglo XXI. Es “infectado”
por las conversaciones sostenidas con Clarisse McClellan; una joven rebelde, por
un encuentro con Farber; un antiguo profesor y se rebela. Su mujer Mildred lo
delata y se desata una cacería mediática. La persecución es seguida por miles
de millones de espectadores a través de pequeñas pantallas inalámbricas (¿les
suena familiar?) y proyectada en millones de “parlor walls”, una suerte de
pantallas tridimensionales. Exhausto y perseguido, hace contacto con los
hombres-libro y se convierte en uno de ellos. Montag será “el libro del Eclesiastés”
si algo grave le pasara a un tipo llamado Harris. El libro que ha memorizado,
es su nueva identidad. Los libros se conservarán en el cerebro de los proscritos,
esperando tiempos mejores y a que las incesantes guerras nucleares se detengan.
La lectura tiene muchas facetas e innumerables aristas. La pretendida
ciencia ficción, que pudo asombrar en 1951, se desdibuja ante los rasgos
prefigurados de una sociedad que se parece en muchos aspectos a la de nuestros
tiempos. Por eso vale la pena leerlo detenidamente, sin prisas, con atención.
Sin buscar una trama emocionante y efectista. No la hay.
Luego de leer este libro, será inevitable preguntarse: ¿Hacia eso nos
dirigimos? ¿Quiénes somos ahora? ¿Los miembros de la sociedad adormecida? ¿O
nos ha tocado la rebeldía de Guy Montag?
José Antonio Medina Romo
Zapopan, Jalisco, México